¿Te suena lo de “madre solo hay una, y a ti te encontré en la calle”? Pues eso mismo pasa con el planeta. Que solo hay uno, y el resto somos, como mucho, parientes, amigos y conocidos. Para recordarlo está el Día Internacional de la Madre Tierra.
El sector turístico es responsable del 8 % de las emisiones totales de gases de efecto invernadero. Es razón de sobra para plantearnos, como tantos otros hacen ya, nuestro papel como consumidores, en todo ello.
Te invitamos a celebrar el Día Internacional de la Madre Tierra reflexionando acerca del impacto de nuestra actividad viajera o turística y planteando formas más o menos drásticas de reducir ese impacto. O no…
El 22 de abril se celebra el día mundial de la Madre Tierra, llamado originalmente Earth Day por su creador, el senador norteamericano Gaylord Nelson. La primera edición de la conmemoración fue en el año 1970, así que en 2020 celebramos nada menos que medio siglo (y el balance de resultados no es muy halagüeño).Su objetivo era poner de relieve, al menos durante unas horas, los problemas de contaminación y sobrepoblación, así como las amenazas a la biodiversidad, que afrontaba el planeta. La elección del nombre, hecha en pleno otoño del 69, parece traslucir cierto tufillo hippie, aunque parece que la idea venía por otro lado; suena un poco, en inglés, como birthday. Guau.
En dura competencia con el Medio Ambiente y la Naturaleza, la Madre Tierra lucha por hacerse un huequecito en nuestras conciencias, sección Días Internacionales. Bromas aparte, cualquier día es bueno para recordar lo que le estamos haciendo al planeta…
NO TE PUEDES PERDER: El 22 de abril del 70 resultó ser el centenario del nacimiento de Lenin; coincidencia o maniobra conspiranoica, no veas la que le montaron al bueno de Gaylord…
El dilema al que nos enfrentamos, y el verdadero caballo de batalla que estas conmemoraciones ponen en la palestra, es el de la sostenibilidad. ¿Es posible mantener nuestra forma de vida y nuestro ritmo de desarrollo sin cargarnos el sitio en el que vivimos? Más que nada porque, al menos de momento no tenemos otro.
Ante dicha disyuntiva se ha planteado el esquema del desarrollo sostenible, planteado por primera vez en 1987, como una forma de conseguir un desarrollo económico y social de rango planetario compatible con la conservación de los ecosistemas terrestres, haciendo un uso más racional de los recursos naturales.
Este bienintencionado encaje de bolillos ha dado lugar a lo que llamamos “economía sostenible”, una especie de utopía que pretende, por así decirlo, cambiar para que nada cambie. Bajo ese paraguas se desarrollan cientos de políticas e iniciativas cada año en cada rincón del planeta.
Se dice que el turismo es una actividad que lleva dentro de sí de forma inherente la destrucción del objeto amado, y es muy cierto. Independientemente de las razones que nos llevan a hacer turismo (que vendría a ser el hecho de viajar por el placer de hacerlo), el hecho mismo afecta, casi siempre de manera negativa, al lugar de destino.
En realidad, no sólo al lugar de destino, sino que el consumo de recursos y la contaminación generados por las actividades turísticas nos afecta a todos. Aunque eso tiene más que ver con nuestra manera de hacer las cosas que con el sector propiamente dicho. El Día Internacional de la Madre Tierra es el momento perfecto para recordarlo.
De forma que el ámbito del turismo y los propios turistas nos enfrentamos al mismo dilema de siempre: ¿es posible hacer lo que queremos sin que eso tenga consecuencias ambientales, económicas y sociales perniciosas para el planeta, para el resto de la Humanidad y para nosotros mismos?
Eso ha generado, especialmente en las generaciones más jóvenes, un cierto cambio de paradigma, colocando el respeto al medio ambiente (y a los destinos turísticos como un todo) como una prioridad a la hora de viajar. Así se explica, por ejemplo, el fenómeno del flygskam, esa “vergüenza de volar en avión” acuñada por los suecos.
Quede claro que la única forma de viajar sin provocar un impacto ambiental es quedarnos en casita. El resto son parches, como los que aplicamos en nuestra economía y nuestro comportamiento en general con las llamadas conductas sostenibles. Un buen ejemplo, en Pasa sin huella: el impacto ecológico del turismo irresponsable.
Así, podemos consolarnos con algunas de las prácticas para reducir nuestra huella ecológica, o con vacuos gestos a la galería, pero no hay necesidad de engañarnos a nosotros mismos. El turismo tiene un impacto ambiental, y si no queremos renunciar a él, sólo nos queda asumirlo y, en todo caso, intentar minimizar los daños.
Pero en este sombrío cuadro hay lugar para la esperanza. Y no tiene que ver con el Día Internacional de la Madre Tierra o celebraciones similares, sino con ciertos nuevos hábitos que se van instalando tímidamente entre nosotros. Por ejemplo:
Todos los comentarios, críticas, felicitaciones, amenazas o halagos que queráis dejarnos aquí debajo serán muy bien recibidos.
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