Amigos Viajeros: Víctor Zamorano

9/8/2019
Amigos viajeros
En esta ocasión, nuestro amigo viajero es nuestro compañero y redactor Víctor Zamorano.
En un texto muy personal, nos explica qué significado tiene para él la palabra "viaje" y como ha ido evolucionado su forma de viajar a lo largo de los años. ¡No te pierdas sus reflexiones

Cada vez más cerca

Cuando los chicos de TuBillete me ofrecieron la oportunidad que escribiera algo personal para este blog, la verdad es que no sabía ni por dónde empezar. O, más bien, no tenía ni idea de por qué querían que escribiera mis reflexiones.

Me gusta viajar, como a casi todo el mundo, y no me distingo por hacer viajes especialmente espectaculares o inspiradores. A lo mejor por eso me lo pidieron, ahora que lo pienso.

Recordando un poco me he dado cuenta de que este verano hace la friolera de veinte años que me fui en tren a Estambul, mi primer viaje largo. Y me doy cuenta de que, poco a poco, mi forma de viajar y mis objetivos han ido cambiando…

¡El mundo es mío!

Pensando sobre ello, me doy cuenta de que cada vez viajo más cerca y más lento. Cuando empecé a viajar por mi cuenta me pasaba como, supongo, a todo el mundo. Quería verlo todo, ir cuanto más lejos mejor, conocer aquellos sitios que era referencias casi míticas: París, Nueva York, Estambul, Torremolinos…

Aquel primer viaje al que me referí fue un Interrail con mi hermana, un amigo y una novia. Un mes explotando a tope los sistemas ferroviarios de la Europa meridional, recorriendo monumentos emblemáticos y estaciones desoladas, siempre con la mochila a la espalda, lleno de esos momentos únicos que todos vivimos en una primera experiencia viajera.

Me doy cuenta ahora de que aquel torbellino de experiencia definió algunas constantes en mi forma de viajar posterior. Por ejemplo, que es mejor no salir de casa con las expectativas demasiado altas; que es posible pasarlo muy bien por muy poco dinero; y que lo importante no es el destino en sí, sino el camino que hacemos hasta llegar.

Slow travel

Luego las circunstancias me fueron llevando otros sitios. México, Holanda, Brasil, Suecia, Egipto, Cuba… Cada vez tenía más claro que las vivencias que buscaba no les encontraría haciendo circuitos turísticos o pasando tres días en las ciudades que parece obligatorio visitar.

Me di cuenta de que merecía la pena viajar más despacio y pasar más tiempo en los sitios que me resultaran atractivos, aunque fuese a menos lugares. Así que cada vez me fue llevando más tiempo llegar a cualquier parte. Fui sustituyendo los transportes más veloces por otros más cercanos al suelo, como la moto o la bici. O los pies.

También me quedaba cada vez más lejos de los lugares emblemáticos. Por ejemplo, cuando le digo a la gente que en dos semanas en Egipto no vi más que El Cairo, o que en seis meses en Río de Janeiro no llegué a subir al Corcovado, me miran como a un bicho raro.

Postureo de proximidad

Al principio, esas miradas de extrañeza me encantaban, este “viajar a contracorriente” me hacía hincharme como un pavo. Llegué a aborrecer los entornos turísticos masificados y a sentirme superior, un no-turista. Bendita ignorancia…

Luego fui viendo que tampoco era para tanto, que muchos antes que yo habían optado por fijarse en lo pequeño, en lo anónimo, y en lo cercano, y dar la espalda a lo imprescindible, a lo exótico, a lo especial. Seguí a algunos durante un tiempo, y aprendí.

Me parece que no se trata tanto de dónde vas y lo que ves como del efecto que tiene en ti. De los cambios que provocan esas vivencias. En realidad, no hay nada mejor ni peor en una u otra forma de conocer mundo; pero yo me voy quedando, cada vez más, con lo que está cerca.

El viaje del caracol

Los últimos años no he llegado demasiado lejos, en cuanto a distancia se refiere, aunque he conocido bastante bien algunas regiones deambulando por ellas durante semanas o meses. He tenido el privilegio de poder detenerme en lugares sin duda vulgares todo el rato que me ha dado la gana.

De la mayoría de esos sitios ni siquiera había oído hablar antes de llegar; estoy pensando en las Cévennes francesas, por ejemplo, o en los frondosos bosques del norte de Albania. La última vez que fui a Estambul fue en furgoneta y tardamos en llegar casi ocho meses…

Hace un par de años hemos ampliado la familia; como cabe imaginar, lo de los viajes ha quedado en un segundo plano. Y sin embargo, sigo aprendiendo; ¡hay tanto que descubrir a la vuelta de la esquina!

Amigos Viajeros: Víctor Zamorano

Otros artículos